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Gina y Marcela: las niñas terribles del performance mexicano

Uno de los pocos colectivos de performanceras en el México de hoy, es el dueto integrado por Georgina Arizpe Garza (1972, DF) y Marcela Quiroga Garza (1970, Monterrey, NL) quienes colaboran desde 1997. Ellas viven y trabajan en Monterrey, ciudad en la que fueron miembros del colectivo Caja, integrado por Enrique Ruiz, Liz Salinas, Alfredo Herrara, Ina Álvarez y otros, que durante seis años presentó su obra en espacios públicos. Gina y Marcela empezaron a trabajar juntas por amistad, para divertirse. Sin una propuesta abiertamente feminista, su obra toca puntos clave de la experiencia de las mujeres jóvenes, urbanas, de la relación entre las mujeres, de su capacidad de irreverencia, además de plantear una crítica a los sistemas artísticos.


La obra de Gina y Marcela, cuyo grupo cambia de nombre cada vez que se presentan, tiene que ver con la cotidianidad, una muy globalizada, influenciada por el Internet y por nuestros vecinos del norte. Tiene que ver con lo superficial, lo inútil, lo banal y lo cotidiano. Así, por ejemplo, en mayo de 1999 presentaron Putas chops (fucking chuletas), en la Galería Bf15 en Monterrey. Su pieza consistió en sentarse en un espacio cerrado a tragar comida chatarra y tomar cerveza para comentar ese American dream que tanto nos restriegan en la cara nuestros vecinos del norte. El público sólo podía verlas a través de un monitor. En septiembre del mismo año presentaron una pieza en Ex-Teresa: Arte Actual, titulada Kitty combo superstar (Jumping arracheras), en la que brincaron sobre un catre elástico durante una hora para enseñar los calzones. Ya bien entradas en el rockanrol, a los pocos días participaron en Francia en la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (FIAC), con una acción llamada Eau de toilette, que consistió en llegar a la renombrada feria y orinarse ante los principales curadores y directivos de la cultura internacional, un poco para marcar territorio, otro tanto como niñitas que enfrentan un enorme mundo "adulto" e "importante" y mueren de miedo.

Me tocó ver a estas niñas terribles del performance mexicano el 22 de octubre del 2000, durante la Novena Muestra Internacional de Performance en Ex-Teresa: Arte Actual en la ciudad de México, para la que anunciaron un performance llamado Cuánto tiempo puedes perder dando vueltas en el Zócalo (The return of the evil daughters). Según sus propias palabras, lo que sucedería es lo siguiente "Gina y Marcela subidas en un carro dando vueltas al Zócalo, porque el hecho de pasear es divertido, inútil y vano...La transmisión...todo lo que puede sucederle a un carro en movimiento y lo entretenido de verlo en T.V. Bonus...lo que sucede dentro del carro. El ridículo regreso de las hijas diablolicas y su fun stylo of life." Pero he aquí lo que realmente aconteció.
El público esperaba atento a que sucediera algo en Ex-Teresa. Transcurría demasiado tiempo. Empezaba la impaciencia. No nos habían pastoreado al Zócalo, por lo que asumíamos que el performance se había cancelado por el festival de ajedrés que también se llevaba a cabo en esa misma plaza pública. Cerca de las siete de la noche se empezaron a escuchar sirenas de patrulla. Hubo gran movimiento en la calle y entre los mismos trabajadores de Ex:Teresa. Se acercaron dos carros policíacos a toda velocidad, a todo ruido. Por la ventanilla vi los rostros de Gina y Marcela, molestos, hartos, ocultando su preocupación detrás de la goma de mascar. Las bajaron rudamente y a empujones las metieron a Ex:Teresa. Ambas vestían negro riguroso, de piel. Su maquillaje era rebelde, como sus rostros, que parecían a punto de morder a los chotas. Las seguí como pude, tratando de sacar alguna imagen para defenderlas en caso de alguna violación a sus derechos humanos. Después de todo, aunque son niñas malas, no dejan de ser artistas. Las llevaron a la oficina de Guillermo Santamarina, director de este antro cultural. Cerraron la puerta. Se oía el silencio. Pasaron 15 minutos. De repente salió corriendo un policía. Fue a recoger algo a la patrulla. El público le aplaudió. Algunos comentaron que era extraño que la policía, que está para servir a la ciudadanía, se prestara para jugar al arte. Nuevamente las sacaron en vilo, bajando peligrosamente las escaleras. Las sacaron del santuario cultural. Prendieron sus sirenas y se las llevaron. Nunca más supimos que pasó con ellas. Pasamos al siguiente performance.