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UNA RELACIÓN MÁS QUE ÍNTIMA CON EL PERFORMANCE

Texto escrito a solicitud de la investigadora Josefina Alcázar para su Serie Documental de Performance, pero me tomo la libertad de autofisularme (Mónica Mayer)


Hago performance porque hay cosas que sólo se pueden decir a través de esta manera de pensar la vida.

Si rastreo mi interés en el performance, existe desde antes de que supiera lo que era o que así se llamaba. Quizá ni siquiera definiría lo que hacía entonces como performance, sino como un espacio de libertad en el que me permitía ser creativa en mis acciones: o llegaba a la escuela disfrazada, como lo hice en múltiples ocasiones durante la primaria o me daba por organizar a varios compañeros para que sorpresivamente interactuaran con el público para ilustrar una presentación que yo estaba dando sobre problemas psiquiátricos, como lo hice en la secundaria. Cabe mencionar que el término performance ni siquiera se utilizaba en esos tiempos, aunque happening es una palabra que conocí desde muy chica.

Ya en San Carlos, a mediados de los setentas, tomo mi primera clase de performance con un maestro alemán llamado Ingo que vino a México porque era cuate del escultor Sebastián, que también me daba clases. Nos hizo participar en dinámicas de grupo y en ejercicios de yoga y luego nos lanzó al Zócalo disfrazados de nube. Fue muy divertido.

Pero le entro de lleno a este tipo de propuesta cuando me voy al Woman's Building en Los Ángeles, California en 1978. Era un momento espectacular en el performance y en el arte feminista. Cuando no íbamos a ver a Allan Kaprow o a Chris Burden, Rachel Rosenthal o Linda Montano venían a platicarnos de su trabajo. Empezaban la publicarse las primeras antologías del performance y ya estaban encarreradas algunas revistas como High Performance. The Waitresses, Mother Art y The Feminist Art Workers eran algunos de los grupos de artistas que estaban trabajando el performance y de maestras tuve espléndidas artistas como Nancy Angelo, Cherrie Gauke y Vanalyn Green. A las artistas feministas nos gustaba mucho el performance porque era un género artístico que no estaba viciado por los cánones estéticos impuestos por la cultura patriarcal y porque aunque uno no lo quisiera, en esta forma artística el género siempre es un tema implícito.

Durante mi estancia en Los Ángeles formé parte del equipo de Ariadne: A Social Art Network, el grupo formado por Suzanne Lacy y Leslie Labowits. Las tipas estaban pesadas. Suzanne fue alumna de maestros como Kaprow y Judy Chicago y Leslie Labowits estudió con Joseph Beuys. Estaban prendidas con hacer performances feministas, políticos y contestatarios, aprovechando los medios de comunicación. Su trabajo constantemente rompía cualquier definición de lo que era arte, incluso lo que era el performance en ese momento. Participé de lleno en un performance llamado Making it Safe, que más bien definiría como un Proyecto Visual, puesto que fue una obra que duró varios meses y consistió en una enorme variedad de acciones artísticas y políticas, ante público, haciendo que este interactuara o no directamente dirigidos a un público en vivo.

De regreso a México a principios de los ochentas, me tocó participar en la formación de dos de los tres de los grupos de arte feminista que tuvimos. Ambos centraron su producción en el performance. Uno de ellos fue Tlacuilas y Retrateras y estuvo integrado por las alumnas de un taller de arte feminista que impartí en San Carlos. A este grupo se debe un multitudinario performance llamado La Fiesta de Quince Años que se llevó a cabo en 1984 en San Carlos en el que hubo desde una acción colectiva que fue el baile de la Quinceañera, hasta distintos performances realizados por diversos colectivos. El segundo grupo fue Polvo de Gallina Negra, en el que tuve el privilegio de trabajar con Maris Bustamante durante diez años. Nuestro trabajo, que tenía una propuesta política clara aunque su tono siempre era el humor, utilizó todo tipo de soportes y espacios, desde el radio, la televisión y la prensa, hasta las manifestaciones o los museos.

A lo largo de los noventas, los performance que he realizado en su mayoría han sido con Víctor Lerma, como Pinto mi Raya. El trabajo que hacemos tiene como objetivo lubricar el sistema artístico, por lo que la obra toma formas muy extrañas, desde integrar un archivo hemerográfico, hasta ir a hacerle una limpia al CENIDIAP o convocar a los críticos de arte para que hagan obra plástica y a los artistas a que escriban en sus columnas.

Sin embargo, lo que considero mis performances, míos de mí solita, son casi siempre una mezcla entre conferencia y acción. A veces la balanza se inclina más hacia un lado y a veces hacia otro, pero definitivamente es el formato en el que me siento más a gusto y que me permite integrar lo visual y el texto.

El performance que más me interesa en esta vida, tanto como para hacerlo como para verlo, es el que rompe las definiciones y los formatos tradicionales. Me gustan los artistas que persiguen sus obsesiones y aquellos para los que el performance no es algo que hacen a ratitos, sino una reflexión congruente con toda su vida.