Texto de Mónica Mayer para el proyecto Memoria. Nuevos medios en México, Laboratorio de Arte Alameda, 2009.
Víctor Lerma y yo fundamos Pinto mi Raya en 1989, cuando ya existían algunos espacios independientes como El Archivero o La Agencia con los que compartíamos el entusiasmo por el entonces llamado arte alternativo (libros de artista, instalación y performance) y con quienes cohabitábamos en un medio cultural bastante cerrado a todas estas manifestaciones.
Pinto mi Raya nació como galería de autor pero pronto se desbordó hacia otros cauces más afines a la producción artística y a la documentación que muchas veces se entretejían. Esto nos llevó a considerar a Pinto mi Raya como un proyecto conceptual cuyo objetivo era lubricar el sistema artístico.
Como buenos artistas setenteros mexicanos, empapados de propuestas como el arte correo y la neográfica, siempre nos había interesado el uso la tecnología aplicada a las artes. Durante años ya habíamos estado utilizando la fotocopia directa o transferida en obras gráficas y en performances por lo que en 1991 fue de lo más lógico lanzarnos a organizar el primer proyecto digital de Pinto mi Raya en colaboración con Fernando Gallo y María Antonieta Marbán de la galería Los Caprichos.
El Proyecto Mímesis fue una carpeta de gráfica realizada con la CLC500 de Canon, una novedosa fotocopiadora a color con funciones digitales que acababa de llegar a México.
Invitamos a 25 artistas a participar en el proyecto, planteándoles a cada uno realizar dos piezas tamaño oficio: una se reproduciría directamente de otra obra que fungiría como matriz y para la segunda partirían de esa misma imagen pero la alterarían con las funciones de la fotocopiadora para crear otra pieza.
Lógicamente, cada artista trabajó como quiso. Algunos, como Vicente Rojo, reprodujeron sus imágenes tal cual. Más aventurera resultó Maris Bustamante quien hizo una acción ante la cámara del equipo, imprimió stills, las alteró y terminó con un performance gráfico. O Víctor Lerma, que realizó su obra sin partir de una imagen previa, simplemente manipulando las funciones de la fotocopiadora.
A la distancia, en términos tecnológicos, este proyecto parece prehistórico. Pero en ese momento todavía se libraban batallas para que una fotocopia pudiera considerarse arte. Para que se entendiera que el arte no depende del soporte, sino de hace con éste el o la artista. Esto nos habla de la rapidez en los cambios en tecnología que hemos visto, como en la definición misma del arte. Pero me sigue llamando la atención el aspecto intergeneracional del Proyecto Mímesis ya que había cincuenta años de diferencia entre Gunther Gerszo, el mayor de los artistas y César Martínez, el más joven de ellos. Todos participaron con gran entusiasmo.
Aquerotipo, el segundo de nuestros proyectos, lo realizamos en colaboración con Humberto Rodríguez Jardón y se presentó en la Academia de San Carlos en 1993 durante el encuentro Otras Gráficas.
En este caso nuevamente contamos con el apoyo de Canon, que puso a nuestra disposición la BJA1, un equipo recién sacadito del horno que permitía hacer imágenes de 3 mt. de ancho (en tiras de 60 cms.) del largo que quisiéramos.
En esa ocasión, además de nosotros tres, invitamos a participar a Andrea di Castro, Manuel Marín, Manuel Felguérez y Helen Escobedo con obras de 12 metros cuadrados.
Al igual que en el Proyecto Mímesis, en Aquerotipo cada artista trabajó como quiso. Felguérez, por ejemplo, nos proporcionó un dibujo tamaño postal para poner a prueba la capacidad de ampliación del equipo, mientras que Helen Escobedo nos envió unas diapositivas y nos pidió que a partir de ellas nosotros desarrolláramos la imagen final.
Un aspecto muy interesante para nosotros fue de ambos proyectos es que además de fungir como gestores y curadores, tuvimos que asumir el papel de editores o intermediarios entre los técnicos y los artistas. Era típico que sucedieran cosas como que los técnicos dijeran que lo único que la fotocopiadora no podía hacer era cambiar lo blanco a color y que lo primero que pidiera un artista fuera eso exactamente, como sucedió con Gilberto Aceves Navarro en el Proyecto Mímesis. Todo se resolvió.
Vale la pena subrayar que estos proyectos contaron con el apoyo de la iniciativa privada porque aunque hoy esto es una práctica común, en ese momento era poco usual. Algunos de nuestros siguientes proyectos se produjeron con becas del FONCA, el cual también era un sistema que apenas empezaba a funcionar. A la larga estas dos opciones de financiamiento permitieron que se desarrollaran proyectos artísticos sobre soportes no tradicionales cuando aún no existía un mercado para ellos.
Este fue el caso del proyecto EMPA (Electrografía Monumental sobre Papel de Algodón), en el que ya sólo participamos Víctor Lerma, Humberto Rodríguez Jardón y yo. Nuestra propuesta fue realizar obra de un formato aún mayor, pero trabajando con papeles artísticos.
En 1993 obtuvimos una beca del programa de Proyectos y Coinversiones del FONCA para ir a imprimir un tiraje en Nash Editions en Manhattan Beach, California. Este taller, propiedad del famoso músico del grupo Crosby, Stills, Nash and Young, fue pionero en el desarrollo de equipo de impresión sobre papel de algodón.
En esta ocasión cada uno de nosotros realizó una obra que nos permitieran investigar distintos aspectos del nuevo equipo, desde su calidad de color hasta los límites de su definición. Nuestras obras estaban formadas por 12 paneles de 90 X 120 cms. que funcionaban como una sola pieza o de manera independiente. Hoy cualquier impresora casera acepta papeles de algodón e incluso en México De Ponte fabrica papeles especiales para arte digital, pero en ese momento era un reto.
EMPA se expuso en el Museo Universitario del Chopo y posteriormente los trabajos de Lerma y los míos viajaron por el Caribe y Sudamérica en una exposición llamada Binomio: electrografía mexicana.
Al principio de este texto mencionaba que Pinto mi Raya se desbordó hacia la producción, pero también hacia la documentación. Eventualmente ambos se entrelazaron.
Uno de los ejes más fuertes de Pinto mi Raya ha sido un archivo hemerográfico que reúne los textos de opinión (crítica, reseñas y crónicas) que se publican en los principales diarios nacionales. A principios de los noventas, inmersos en la problemática del sistema artístico mexicano que pretendíamos fortalecer, nos dimos cuenta que se publicaba poco sobre arte contemporáneo en México, pero solamente en el DF había 34 diarios y la mayoría de ellos incluían comentarios sobre el tema.
El interés por guardar parte de la memoria del arte contemporáneo mexicano pronto contagió a nuestra inquietud por la gráfica digital. En más de una ocasión nos habíamos topado con curadores o historiadores que asumían que en México no se había experimentado con la fotocopia o con la gráfica digital porque no encontraban documentación. Nosotros sabíamos que esto no era cierto y que la invisibilidad generalmente es un problema político, económico y de procesos aletargados de legitimación y teorización típicos de lo los países tercermundistas, subalternos o como se les quiera llamar, por lo que nos dimos a la tarea de combatir este problema.
En 1994, a manera de proyecto de arte conceptual aplicado, le propusimos al Museo Carrillo Gil que nos prestara 3 vitrinas para invitar a los artistas que habían trabajado la electrografía o el estampado cromoelectroestático (como elegantemente llamábamos a la fotocopia) a presentar una miniretrospectiva de su trabajo que nos permitiera ver su proceso, pero también su obra reciente. El museo acababa de recibir una importante donación de equipo de video de Japón y se encargaría de documentar todo.
A lo largo de 17 meses se presentaron desde las obras en fotocopia de José de Santiago de los años sesenta (de aquellas que había que colgar para que se secaran), hasta el proyecto de arte fax de Mauricio Guerrero que utilizaba un novedoso sistema que permitía al público pedir las obras telefónicamente y por un módico monto cargado a su recibo se las enviaban por fax. Pero también se presentó el trabajo pionero de artistas como Felipe Ehrenberg, Arnulfo Aquino, Zalathiel Vargas, María Eugenia Chellet e Hilda Campillo. Así mismo, organizamos mesas redondas en las que participaron, entre otros, Javier Covarrubias y Carlos Aranda.
Desafortunadamente nos confiamos que el museo sabría documentar el proyecto y acabamos con videos fuera de foco y sin sentido.
Cuando Internet llegó para quedarse, nuevamente buscamos conjuntar nuestro interés por la investigación y lo digital por lo que en 1998 inventamos la revista virtual La Pala en colaboración con Judith Gómez del Campo y Alejandro Meyer, fundadores de Mexican Art On-Line.
Aunque La Pala sigue en línea, dejó de crecer cuando se nos acabó la beca del Fideicomiso para la Cultura México EU con la que la lanzamos y que permitió pagarles a los críticos, artistas, periodistas y traductores que colaboraban con nosotros. Sin embargo, no logramos transformarlo en un proyecto económicamente viable y como nos negamos a solicitar textos gratuitos, hoy sólo subimos lo que los autores mismos nos proponen publicar. Cabe mencionar que en ese momento todavía era complejo hacer una página de Internet y, a diferencia de los blogs actuales que cualquiera puede subir material a la red, en ese entonces era un proceso arduo y especializado.
Si bien hoy en día la tecnología digital ha invadido nuestras vidas y se ha convertido en un soporte artístico cotidiano, el último proyecto que les quiero mencionar es Memoria Virtual porque da cuenta de los enormes y asombrosos cambios que hemos visto en las últimas dos décadas.
Memoria Virtual es una pieza en la que participamos en la Bienal Interactiva 03 organizada desde Mérida, Yucatán por Raúl Ferrara Balanquet. Para esta pieza reunimos todo el material sobre arte digital en nuestro archivo hemerográfico desde 1991, lo digitalizamos, hicimos un listado y lo pusimos a disposición del público a través de Internet.
De todas las recopilaciones hemerográficas temáticas que hemos hecho en Pinto mi Raya sobre distintos temas (performance, instalación, arte público, crítica o mujeres artistas, por ejemplo), le tenemos particular cariño a la que incluye Memoria Virtual porque a lo largo de los textos escritos por los críticos durante los últimos veinte años podemos apreciar la manera tan profunda en la que la tecnología ha cambiado la forma en la que entendemos, producimos y distribuimos el arte.
Quizá el aprendizaje más grande que hemos tenido al realizar todos estos proyectos es el entender que, a diferencia de lo que nos enseñaron en la escuela de arte en la que nos convertían en especialistas en técnicas como las del grabado o la fotografía, hoy en día en lo único que podemos ser virtuosos es en saber aprovechar lo que el cambio constante nos ofrece.